domingo, 5 de junio de 2011

Novio y marihuana

Hoy ha vuelto Darío después de más de dos semanas fuera. Realmente tenía ganas de verlo. Tenía ganas de estar con él abrazado en el sofá, de que la casa esté llena. De oírle canturrear en la cocina. Y tenía ganas de hacer algo más que pasar los días enteros en blanco buscando sexo. Después de cenar nos fumamos un porro de marihuana y nos fuimos a la cama. La marihuana me sienta tan bien que me asusta. Me da miedo que luego la experiencia sexual sin drogas no sea lo suficientemente intensa. Esta vez me sentó especialmente bien y el viaje sensorial fue brutal. Darío ya me conoce y sabe exactamente lo que me gusta pero además la maría le pone especialmente sensual, lo ralentiza y lo vuelve egoísta en la cama… y eso es fantástico. El momento de la penetración fue de los más intensos que recuerdo en mi vida. Yo estaba tan caliente que la poya me quemaba. Entonces empezó a sentarse sobre mí. Noté como la piel de las nalgas fue dejando paso hasta producirse en contacto entre mi glande y la parte exterior del ano. Gracias al lubricante empezó a entrar sin problemas. David estaba disfrutando como nunca y eso me ponía a cien. Cerraba los ojos y controlaba el ano para ir metiéndosela muy despacio, saboreando cada milímetro. Yo notaba como su músculo anal se iba desenrollando sobre mi pene. Podía notar cada pequeño movimiento, podía incluso notar perfectamente la parte del pene que quedaba dentro. Esto es muy poco usual pues normalmente lo único que noto es la parte del pene que está siendo estrechada por el ano. Pero esta vez lo notaba todo. La gran ventaja de tener pareja es poder follar sin condón desde luego, aunque todavía sigo corriéndome fuera porque a Darío no le gusta sentir el semen en su interior. A veces lo que hago es ponerme el condón un poco antes de correrme y así no tengo que controlarme.

Al día siguiente, nos fumamos en un bar lo que quedó del porro. Apenas un par de caladas cada uno pero aquí pasó algo raro y de repente empecé a entrar en un bajón que parecía no tener límites. Empezó como un ligero mareo seguido de una pérdida total y absoluta de cualquier fuerza en los músculos. Estaba sentado y empecé a dejar de ver. Unas manchas blancas lo sustituyeron todo. También el sonido comenzó a alejarse, a taponarse. Solo podía notar un sudor frio que se desbordaba por todo el cuerpo. Notaba como los pantalones, la camiseta, se me pegaban al cuerpo. Notaba en cuello empapado y apenas oía a la gente. Cuando se me pasó un poco intenté levantarme para salir pero entonces todo se apagó, no recuerdo nada más hasta que estaba en la terraza del bar, todo el mundo me miraba y Darío estaba llamando una ambulancia. Le dije que no lo hiciera, que ya me estaba recuperando. Parece ser que mientras tanto había perdido el sentido. David impidió que me cayera al suelo y mientras dormía unos preocupantes estertores pusieron en guardia a todo el bar. En realidad yo no lo recuerdo como algo tan malo. Al principio tenía miedo de vomitar, o incluso de cagarme encima. Menos mal que no ocurrió. Pero después me relajé un poco, confiando que tarde o temprano tendría que pasar. No se o he dicho a nadie, pero casi disfruté del viaje. De perderme tan radicalmente. De desaparecer. De dejar de existir durante diez minutos.

No entiendo por otro lado que fue lo que paso. Solo fueron dos caladas del mismo porro que ayer me había sentado tan bien. La marihuana es impredecible… y eso me encanta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario