miércoles, 7 de marzo de 2012

SAUNA EN TOKIO

Me metí en la sauna harto de dar vueltas por los bares. Como corresponde a una madrugada del viernes al sábado estaba abarrotada de hombres sedientos de un poco de cariño aunque muchos tuvieran que conformarse con una buena sauna o un sitio donde dormir.
Decidí tomármelo con tranquilidad. Me di una sauna húmeda durante más de veinte minutos mientras me bajaba la borrachera. Aproveché para ir afeitándome con una maquinilla que acababa de comprar. Ya que estaba seguí y me afieité también la cabeza y seguí con todo el cuerpo. Había algo purificador en esa limpieza corporal. Cuando salí me sentí limpio. Lógicamente estaba limpio, pero me sentía más intensamente limpio de lo que nunca me había sentido.
Con los vapores del alcohol desvaneciéndose despacio en mi cabeza me encaminé a la zona caliente. Decenas de cuerpos se arremolinaban en la oscuridad tocando, follando, masajeando o simplemente roncando. La escena era dantesca. Como una visión agradable del infierno. A pesar de lo salvaje que pudiera parecer una habitación llena de cuerpos desnudos teniendo sexo o mirando, la energía presente era sorprendentemente calmada. Como un fuego que arde tranquilo bajo control. La escena era sensual sin llegar a desbocada.
En el pasillo me crucé varias veces con un chico joven con gafas, detalle muy llamativo en una sauna. Me lo imaginé como un fanático de las computadoras. Ligeramente gordito pero se le notaba prieto, sobre todo en el rostro. Tenía unas de esas mejillas tan duras que son difíciles de pellizcar. Tenía un cierto gesto de enfado. No se si sería “Qué coño hago yo en un sitio como este” o “Ya verás como no ligo, ya verás como nadie quiere estar conmigo” o quizás “donde se habrá metido mi amigo, otra vez me han dejado colgado”. Yo le miraba pero no parecía hacerme caso. Al final me metí a la habitación comunal y esperé un rato. Entró y me tiré encima. Para mi sorpresa se estremeció bajo mi abrazo. Estaba muy excitado, y yo también. No tenía un pelo en el cuerpo, casi ni siquiera en los genitales y desde luego uno de esos culos suaves como un bebé. Una locura. Follamos como locos en la cama común. A nuestra derecha un tío roncaba como un tractor y a nuestra izquierda una pareja hablaba cariñosamente y se besaban. Cuando terminamos miró su teléfono móvil que llevaba entre las toallas y que había vibrado varias veces mientras follábamos. Dijo que tenía que marcharse. Le dejé mi mail pero nunca más he sabido de él.
Una vez duchado me busqué un sitio tranquilo donde dormir. Encontré una habitación con un colchón en el que cabían cuatro y sólo había tres. Un tesoro en una noche como esta. Me tumbé y me quedé adormilado. Me fui aprentando al tío que tenía al lado. Al final le eché la mano por encima. Aunque estaba dormido creo que se dio cuenta pero en lugar de apartarse se acercó más. Nos quedamos dormidos, abrazados. Era muy excitante estar abrazado a un desconocido. Sin buscar otra cosa más que calor humano para dormir. Había algo sincero en ese abrazo. Dos desconocidos abrazados para darse calor mutuamente en mitad dela noche. Una hora después el desconocido se marchó. No llegamos a vernos las caras.
Seguí dormitando un poco hasta que sentí que alguien me metía mano. Muy sensualmente. Me dejé sin abrir los ojos. Me masajeaba despacio por todo el cuerpo. Abrí los ojos y ví que era un joven de veintipocos años. Delgado y atractivo. Muy guapo. Un cuerpo fibroso pero no musculoso. Le dejé seguir. Era todo entrega. Al final echamos un polvo absolutamente maravilloso
Bajé a ducharme y descubro durmiendo al hombretón de mis sueños durmiendo en una habitación con colchonetas en el suelo. Estaba cubierto con una bata que le quedaba pequeña, a pesar de lo cual tenía el porte de un alto ejecutivo acostumbrado a mandar. Pelo canoso con un corte impecable, cara ancha, nariz recta y una boca amplia. La piel tersa, ligeramente bronceado. En su muñeca izquierda lucía un llamativo reloj que debía ser enorme aunque quedaba pequeño en comparación con sus brazos de carnicero. Pero lo más llamativo de todo eran sus piernas. Fuertes y bien torneadas, con algo de vello terminaban en unos pies enormes a pesar de lo cual tenían un aspecto sano y cuidado. Las uñas perfectas, ninguna aspereza, piel suave. Esperé un poco por si despertaba pero al rato reparé que llevaba puestos tapones en las orejas lo que me dio a pensar que tenía intención de dormir bastante rato. En Tokio es habitual que los ejecutivos se queden en la sauna pues es más barato que un hotel y de paso existe la posibilidad de sexo. Imagino que llegaría de madrugada, borracho y dormía como un tronco.
Yo no podía dejar de mirarle me fascinaba su cara y sus manazas, pero sobre todo sus piernas y sus pies. Aunque hubiera despertado estoy segurísimo que le gustaban los jovenzuelos. Un extarnjero peludo de cuarenta y tantos años no era un bocado exquisito en aquella sauna llena de jóvenes asiáticos bellísimos. Pero nada me impedía mirarle ya que parecía dormir profundamente. De pronto un pensamiento me asaltó como un ladrón en mitad de la noche. Pensé que seguramente no se enteraría si le tocaba. La idea me desbocó el corazón. Era como abusar de alguien. Sabía que no estaba bien, pero esas piernas al aire eran irresitibles. Había más gente en la habitación y me daba vergüenza pero aún así llegó un momento que mi mano cobró vida y voló hasta aquel enorme muslo. Dejé allí la mano sin moverla. Le miré a la cara asustado, con el corazón en la garganta y respirando a duras penas. Como el gañán se despertara y decidiera darme una hostia no habría nadie que pudiera salvarme. No pasó nada. Me fui calmando y fui notando su calor en mi mano. Cuando estuve más tranquilo, más confiado bajé la mano hasta el pié. Nunca he sido un fetichista de los pies pero aquellos eran sobrehumanos. Enormes pero proporcionados con el resto del cuerpo. Ejercí una lijera presión sobre la planta del pie. Después por la parte de arriba. Estaba caliente y su calor entraba por mi mano, recorría todo mi cuerpo y se licuaba en la punta de mi polla que empezaba a notar, no solamente en férrea erección sino humedecida. Qué situación tan sencilla y tan excitante al mismo tiempo. Miré alrededor, había gente despierta, sentada o hablando con otros pero nadie me prestaba atención. Decidí ir un paso más allá. Tenía que tocarle la polla. Solo de pensarlo mi corazón en la caja torácica saltaba y aullaba como un orangután enloquecido en una jaula. Cuando era pequeño soñaba con un momento así todos los días, fantaseaba con los amigos de mi padre, con el cura y con el médico. Imaginaba que estaban durmiendo y yo me metía en la habitación y ocurría algo como lo que estaba pasando ahora. Yo solía tener este diálogo conmigo mismo:
- Vamos, tienes que hacerlo
- No. No puedo. Solo soy un niño y esto está mal. Me matarán si me descubren.
- Pero tienes que hacerlo. Es lo más excitante que puede pasar nunca. Esto va mucho más allá de la frivolidad del sexo. Esto es lo más fuerte que nunca vas a vivir.
- No. Mejor esperar a ser un adulto, entonces podré hacerlo sin peligro
- Pero no será lo mismo, ya no serás un niño, en ese caso ya no tendrá ninguna gracia. Si dejas que se pase esta oportunidad ya nunca podrás hacerlo como niño. Podrás hacerlo como adulto pero eso no tiene ningún interés. – y este razonamiento se quedaba flotando en mi cabeza haciendo crecer un enfado que todavía me dura. Porque el niño tenía razón. Ahora ya no es lo mismo.
Pero en este momento volvía a ser lo mismo. No sabría decir como pero yo volvía a tener diez años y estaba junto a la cama de un amigo de mi padre. Quizás directamente la cama de mi padre, o del padre que me hubiera gustado tener… esto es demasiado complicado. No sabría explicarlo pero sentí que no era “como si” tuviera diez años. En ese momento, en la sauna, ante aquel gigantón, yo tenía diez años y ahora sí. No iba a dejar pasar la oportunidad de hacer lo que tenía que hacer.
Le miré a la cara. Incluso durmiendo tenía una expresión severa en el rostro. Mantuve un rato la mano nuevamente a la altura del muslo, terso, duro, caliente. Levanté con la mano derecha un poco la bata, y sin dejar de mirarle a la cara llevé la mano a su entrepierna. Mi pecho albergaba una manada de bisontes en estampida salvaje. Me estaba mareando. Posé mi mano en su polla y atónito comprobé que estaba empalmado como un burro. La dejé allí sin moverla, abrazando aquel cilindro de carne ardiendo en la palma de mi mano. Quemaba.
¿Estaría durmiendo o despierto? Aparentaba dormir tanto por la respiración como por el gesto pero a esas alturas costaba creer que no se hubiera dado cuenta de que alguien le agarraba la polla. Tampoco me importaba. Yo estaba tan excitado que tenía que intentar no rozarme con nada por no correrme. Ya no podía hacer otra cosa que seguir. Le acaricié suavemente el pollón arriba y abajo. Ya no había marcha atrás. Le aparté la bata de la entrepierna. El falo tenia un tamaño proporcionado con el cuerpo. Era una polla dura y tierna al mismo tiempo. Recta. Lozana, hermosa, saludable. Pero sobre todo me llamaba la atención por el calor tan intenso que desprendía haciéndome hervir la sangre. Era una polla tan bonita que la imagen de llevármela a la boca me asaltó como una bofetada. Era inevitable y ya no me daba miedo. Aunque no parecía tener sentido, de alguna forma intuía que era más tolerable que me pillara mientras se la chupaba a que lo hiciera mientras le tocaba el muslo. Di comienzo a una mamada suave y delicada, saboreando cada segundo de aquel momento mágico. Casi no tenía vello y olía a limpio. A pesar de la dureza que aparentaba, su piel era suave como la seda. A esas alturas entendí que no podía seguir durmiendo. Que habría despertado pero habría decidido seguir la fantasía. La fantasía de ser “abusado” mientras duermes. Para hacerlo mejor me puse ante él de rodillas. Continué disfrutando aquella mamada lo que calcule sería una media hora. En un momento dado cambié de postura y dejé su piernaza entre las mías, de forma que me escroto descansaba sobre su muslo. Entonces ocurrió el único gesto de colaboración por su parte. Encogió la pierna hasta dejar su pie a la altura de mi escroto. Mi polla se posó sobre el empeine de su pié. Aquel contacto fue como si un mar embravecido hubiera entrado por la base de mi sexo haciéndome correrme de forma espontánea. No se si fue una pena o no. Fue lo que fue. Me sentí agradecido por aquel gesto que fue como confirmarme que efectivamente estaba jugando la fantasía. Fue como como un guiño que decía: sí, he estado haciendo como que duermo pero estoy despierto y eres bienvenido. Te acepto. Te quiero.
Podría haber seguido porque él no sabía que yo me había corrido. Pero decidí dejarlo ahí. Me fui retirando. Volví a taparle con todo el cariño del mundo. Se dio media vuelta y siguió durmiendo. Yo volví a tener cuarenta y tres años.

Me fui a la ducha un poco trastornado. Sorprendido con lo que había pasado. ¿Cómo era posible que una experiencia tan sencilla me hubiera afectado tanto? He pasado por fantasías sexuales muchísimo más extremas pero no recuerdo nunca haber llegado a esta intensidad de inmersión. ¿Qué hay dentro de mí que se ha despertado esta noche? Ese niño de diez años pidiendo a gritos que un adulto se fije en él sigue vivo. Es como si todas las personas que hemos sido cada uno de nuestros días de nuestra vida siguieran ahí. Como si el tiempo no pasara si no que acumulara personalidades dentro de mi. Como si en mi mente hubiera un nuevo Carlos cada día que pasa. Y están todos ahí, ahora, conviviendo. ¿Es esto estar loco? Esto va mucho más allá de una personalidad múltiple desde luego. Pero al tiempo que hermoso saber que los niños que he sido, los adolescentes que he sido, los jóvenes que he sido, siguen todos ahí aunque yo no sepa cómo recuperarlos. Pero se que a al menos a través del sexo hay una puerta que me conecta con ellos como esta noche ocurrió. Seguramente haya otras formas de conectar. Quizás con hipnosis, o mediante sofisticadas técnicas sicológicas. O quizás a través de un médium. Yo he encontrado la mía: el sexo. No es que me sienta especialmente orgulloso pero al menos he descubierto que hay algo en la búsqueda del sexo que va mas allá del follar por follar. Que va mucho más allá del placer físico y del puro hedonismo. He descubierto que hay una razón para todo esto. No tengo claro a dónde me lleva pero intuyo que mis personalidades más doloridas, las que peor lo pasaron y que peor lo siguen pasando, tienen ahí una vía de contacto conmigo. Y es a través del sexo que yo me comunico con esas partes de mi. Todo esto puede sonar a paja mental. A justificación intelectual del hedonismo. ¿Es pretencioso decir que para mi el sexo es una forma de autoconocimiento? Pero yo se que hay algo de verdadero. Hoy ha pasado algo más grande que un simple orgasmo y eso no puedo negarlo. Aunque suene exagerado siento que el Carlos de diez años a descansado hoy por fin, después de treinta y tres años esperando. Siento que algo se ha curado. Es sólo uno de mis cientos, de mis miles de Carlos que llevo dentro. Pero es algo. Noto el alivio. El descanso. Empiezo a entender porqué me atrae más el morbo de la situación que las propias relaciones sexuales. Empiezo a entender que este comportamiento mío, a menudo claramente adictivo y por el que tanto me he autocastigado, quizás tenga su sentido después de todo. Saber cuál es ese sentido es otra historia. Es algo que de momento no se como hacer. ¿Cómo forzar lo que ocurrió aquella noche? Se que si pacto esa fantasía, o cualquier otra, con alguien nunca funcionaría. Nunca me conectaría como lo hice esa noche. Supongo que lo único que puedo hacer es estar atento por si algo similar se presenta. Atento a esas situaciones que me ponen el corazón batiendo en la garganta porque quieren decirme algo. No ocurren porque sí.


Ya dispuesto a marcharme me senté un rato en la cama comunal a ver cómo la gente que quedaba todavía se restregaban unos contra otros. Una vez más un chico joven se me acercó (¿porqué atraigo a los veinteañeros últimamente?) Yo no tenía muchas ganas pero me dejé hacer. Me acarició con suavidad hasta que me empalmé. Le dejé seguir. Finalmente se sentó sobre mi polla moviéndose adelante y atrás (sin penetración) mientras me acariciaba los pezones. Me corrí por cuarta vez y salí corriendo antes de caer en la tentación de un nuevo polvo o de perder el sentido por puro agotamiento. Eran las nueve de la mañana.

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