martes, 1 de diciembre de 2009

Parque

Tengo la maldición de tener un parque donde se liga justo en mitad de mi camino de regreso a casa. Aún así tengo siempre la opción de no cruzar por el parque sino seguir por la calle. Al llegar por la puerta siempre me vienen a la memoria cuentos de cuando era pequeño en los que un niño decidía acortar por el parque o por el bosque y siempre le ocurría algo malo, como que se lo comiera un lobo o una bruja lo cocinara.
La débil excusa de "hay menos contaminación" fue suficiente para desviar ligeramente mi trayectoria y zambullirme en la penumbra del parque a las nueve de la noche. Hacía frio. Es final de noviembre y sólo algunos corredores, algún turista rezagado y alguna pareja en busca de oscuridad remoloneaban entre los caminos de árboles. Pensé que ningún loco tendría ganas de andar zorreando con aquella temperatura pero lo pensé débilmente, sin convencimiento, pues he estado muchas veces y se que sea el día del año que sea y la hora que sea, siempre, sin excepción, hay alguien.
En seguida que me acerqué al área más oscura por la que deambulan los maricones divisé un tipo bien vestido. Lo bueno del invierno es que es más elegante y la gente tiene mejor apariencia. Me quedé un rato parado bajo un árbol, repasando las canciones de mi mp3 para que pareciera que hacía algo y no tardó en acercarse. Era de mi estatura, atractivo, sonriente, de cabeza grande y pecho amplio. Latino. Esto último es mi perdición. Los latinos tienen las pieles más escandalosamente suaves del mundo, y este no fue una excepción. Tras unos minutos (dos) de conversación mi dijo que le siguiera hasta una suite bastante discreta entre unos setos en el corazón del parque desde donde podíamos todavía ver algún corredor tardío (probablemente haciendo como que corría igual que yo fingía mirar mis canciones en el mp3). Tras un breve magreo se arrodilló a chupármela. Que delicia. Tenía una boca caliente como un hogar familiar en invierno, daban ganas de no sacarla nunca de aquel cuerpo. Hay gente que solo chupa el capullo y otros de los que se la meten toda hasta el fondo (no se donde, hacia la garganta, supongo) y entonces te chupan los huevos con la lengua mientras sientes resbalar la saliva caliente escroto abajo. Este era de los segundos.
Después de un rato me la puso tan dura que me dolían los huevos. Le pedí follarle y sonrió. El estereotipo sobre la piel de los latinos se cumplió. Estaba tan calentito que me atreví a bajarme completamente los pantalones para follarle a pesar de lo gélido y húmedo de la noche. Cuando terminamos hablamos otro par de minutos e intercambiamos teléfonos. Se llama Terry.

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