domingo, 5 de junio de 2011

Chat: una sorpresa a las siete de la mañana

Llegué a casa a las seis de la mañana. Borracho, cansado y colocado. Me había corrido ya dos veces esa noche, lo cual no me impidió conectar al chat a ver que había. Me entró un discreto “centro1” y le seguí la conversación sin mucho convencimiento. Mi desconfianza se disipó cuando me dijo que no vivía en el barrio, sólo trabajaba aquí. Estaba en un hotel trabajando en turno de noche. Pusimos la cámara y me encantó. Con su corbata y su cara de hincha escapado de un partido de fútbol. Me dijo que terminaba a las siete, faltaba una hora pero decidí esperar. El cielo empezaba a clarear y el porro de maría que acababa de fumar mientras esperaba hacía que pudiera notar cada una de las finísimas gotas de una lluvia casi imperceptible que refrescaba mi rostro. Paseé un par de minutos hasta que de repente alguien soltó tras de mi un sonoro “hola” cargado de una alegría y entusiasmo que contrastaron con mi cansancio, mi colocón y ese trozo de tiempo detenido en tierra de nadie que son las siete de la mañana de un sábado. Cuando le vi me di cuenta que esa era una de esas ocasiones que harían que en el futuro siguiera intentando ligar a las seis de la madrugada contra todo pronóstico. A veces el pronóstico más improbable se cumple y esta fue una de esas ocasiones. Un tiarrón sonriente, vestido como si saliera de ver un partido de futbol me miraba con ojos chispeantes. Yo no daba crédito. Fuimos para casa y en ese par de minutos me contó todo su historial laboral. No paraba de hablar, lo cual me hubiera parecido insoportable si hubiera sido por su aire tan absolutamente pendenciero. Tenía 34 años pero una mirada de pícara de adolescente travieso. Era como haberme ligado al gamberro de la clase. Para colmo era de los activos, y no hablo sólo de la penetración (en la que era versátil, de los de verdad) Hablo de los que tienen iniciativa, de los que se mueven, de los que crean, de los que se preocupan por ponerte realmente caliente. Tenía una polla ancha y hermosa. Quizás un poco ancha de más para disfrutar plenamente de una penetración pero lo compensaba con el morbo de esa lozanía que exudaba cada poro de su piel. Desnudo era un coloso con calcetines negros. Un año más tarde estará probablemente gordo, pero esa noche estaba en su ponto justo, recio, fuerte, pero sobre todo sonriente. Me costó no correrme y conseguí alargar el polvo a una hora en la cual su erección no flaqueó ni un momento. Yo estaba destrozado pero tan caliente que conseguí incluso penetrarle. Cuando se fue estaba tan excitado que no conseguía dormirme. Así que finalmente tuve que masturbarme. Era la cuarta vez que me corría esa noche.

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