domingo, 5 de junio de 2011

Cruising. Un señor clásico y un cristalero.

Cada vez que cojo el coche me cuesta no pasar, ya que estoy en el coche, por un sitio de cruising. Hoy he encontrado un señor clásico, hemos follado en una perfecta suite formada por varios árboles. Hay gente que conoce unos sitios estupendos. Vino bastante directo, normalmente desconfío de la gente tan directa porque pienso que están desesperados y si es así es porque por alguna razón no se comen una rosca. Pero era morbosillo. El clásico casado cercano a los cincuenta de piel morena y pelo blanco muy tupido. Grandote. Así que me hizo una seña desde su coche y le seguí hasta una zona tranquila. Bajó del coche y fuimos tras unos árboles. Era un escondite magnífico. No estaba lejos, pero estaba apartado de los coches y quedaba completamente oculto a las miradas ajenas. Al principio mantuvimos un contacto bastante frio pero la cosa se fue calentando a medida que se fue concentrando en mis pezones. Me puso muy caliente y al final le pedí que me follara. Tenía una polla relativamente larga pero no muy ancha así que pensé que no sería muy complicada de disfrutar. Al final siempre que voy a correrme la gente se concentra en la parte genital y se olvidan de mis pezones. Yo le dije "tira de los pezones, tira". Pero apenas los tocó y volvió a poner las manos en mi cintura para concentrarse en el metesaca. El orgasmo estuvo bien, pero no tan bien como el resto del polvo. ¿Por qué la gente no escucha?

A la salida encontré otro rinconcito del bosque con una pareja follando, uno de ellos eran un tiarrón de unos treinta años, supermorboso. Intenté unirme pero me dijeron que no. Saliendo del rincón me escurrí por un terraplén pequeño y caí al suelo. Sólo me hice algunos arañazos en la mano pero fue muy vergonzoso. Al poco terminaron y el que me gustaba subió a un camión de los que transportan cristales, lo cual me hizo verlo mucho más morboso todavía. El continuó buscando sexo, yo me fui porque tenía que irme de viaje y llegaba tarde, a pesar de lo cual antes de irme hice una parada junto a uncoche con un típico señorito sevillano de unos cincuenta, con camisa de rayas y pantalones subidos hasta más allá del ombligo. Tenía un aspecto muy chulesco, como si acabara de bajar de un caballo, medio calvo y con el pelo que le quedaba engominado y peinado hacia atrás. Sólo le gustaba que se la chupara, pero no se le ponía dura ni a la de tres. Al final tuvimos que dejarlo.

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